El Cid resucita en las pantallas, con la nueva serie de Amazon Prime Video… y lo hace con errores históricos, mentiras flagrantes y medias verdades. ¿Es eso un problema? Para nada: se llama FICCIÓN. En los 5 capítulos que componen esta serie, mezclan hechos probados, sucesos probables y pura invención, y hacen bien: la realidad en bruto es demasiado aburrida. Pero al abordar una figura icónica de nuestra historia, tampoco está de más que distingamos realidades y ficciones, aunque sólo sea para dejar constancia… ¡y para divertirnos! ¿Ballestas y espadas largas en el año 1063? ¿Justas y estandartes, y villanos a la moda del siglo XVII? ¿Y dónde está Tizona? Vamos, pues, con “El Cid”: 10 errores y mentiras de la serie del momento.

1 – Castellano moderno en el siglo XI

Rodrigo Díaz de Vivar nació probablemente en Burgos, en el año 1048, y murió en 1099. No llegó, por tanto, a conocer el siglo XII. Pero tendría que haber conocido unos cuantos siglos más, por lo menos hasta el XXI, para poder hablar como habla en la serie. Él, ¡y todos los demás personajes!

Los guionistas de “El Cid” han escogido dotar a sus personajes de un habla contemporánea, huyendo de las florituras arcaizantes (nadie va a rogar a vuesa merced que parlotee sin demora, allende el castillo), pero evitando al mismo tiempo un lenguaje excesivamente coloquial. El resultado es sobrio y bastante neutro… pero aún así es un lenguaje actual, totalmente anacrónico para la época en que transcurre la serie. La pregunta es: ¿debería importarnos?

A veces, en la ficción histórica, presumir de realismo es la manera más rápida de hacer el ridículo. Por ejemplo, al dirigir “La pasión de Cristo” en el año 2004, su director Mel Gibson alardeó de haber filmado toda la película en arameo y latín, dando por supuesto que eran las lenguas que en aquel entonces hablaban judíos y romanos. Error: la lengua común en aquella época, en esa región del Imperio Romano y en buena parte de las adyacentes, era todavía el GRIEGO (como muy bien explica Emmanuel Carrère en su magnífico libro «El Reino»).

La pervivencia de su idioma era, por lo visto, el último eco de la grandeza pasada de los helenos. El pueblo llano hablaría una versión más o menos local y degradada del griego clásico, las clases algo más pudientes hablarían un griego más puro, y el latín sería la lengua de instancias oficiales y altas autoridades. Pero, ¿los legionarios de a pie hablando en latín? ¿Los demás en arameo? Sólo en la imaginación de Mel Gibson (y en sus ganas de hacerse notar).

Mel Gibson y Jim Caviezel como Jesucristo ensangrentado en el rodaje de "La pasión de Cristo".
Así se quedó el actor Jim Caviezel después de que Mel Gibson le explicara cosas en arameo.

Por tanto, ¿es un error histórico que El Cid Campeador hable castellano moderno? Sí. ¿Podría una teleserie mostrarle hablando el castellano auténtico del siglo XI? Improbable. No sólo porque el espectador moderno difícilmente lo aceptaría, sino también porque ¿cómo saber con certeza qué castellano se hablaba? Podemos saber cómo era el que se escribía, pero ¿el que se usaba en la vida cotidiana? Quizá sea mejor asumir una licencia histórica con el habla de los personajes, y no hacer «un Mel Gibson»

2 – Puentes y castillos que todavía no existían

Buena parte de la trama de «El Cid» transcurre en Castilla y León… pero el grueso del rodaje no fue en León, sino en Soria y en Burgos. Así, el puente que según la serie da entrada a la Corte de León, es en realidad el burgalés puente de Frías, sobre el Ebro. Con 143 metros de longitud, 9 majestuosos arcos y estructura fortificada, es una magnífica muestra de arquitectura medieval… del siglo XIII. Construido, por tanto, ¡doscientos años después del momento en que transcurre la serie!

Puente de Frías, en Burgos, donde se han rodado escenas de la serie "El Cid".
Puente de Frías, en Burgos. Donde el Cid jamás pudo estar.

Algo parecido ocurre con los castillos. La serie aprovecha las magníficas fortificaciones de Torrelobatón (en Valladolid), Adrada (en Ávila), Ampudia (en Palencia) y Almenar (en Soria). Pero algunas son del siglo XIV, y otras del XV. Levantadas, en consecuencia, entre 300 y 400 años después de los acontecimientos narrados en «El Cid».

3 – Un padre del que no se sabe (casi) nada

«El Cid» arranca con la batalla de Atapuerca, que enfrentó en el año 1054 a Fernando I de León contra su hermano, García Sánchez III, rey de Pamplona. Quien resultó muerto a manos, según sugiere la serie, ¡del mismísimo padre del Cid! Su nombre: Diego Laínez. El joven Rodrigo sería, por tanto, el hijo de un guerrero lo bastante hábil como para matar a un Rey: un Matarreyes de la vida real, pero sin ser manco ni acostarse con su hermana (que los Laínez no son los Lannister de «Juego de Tronos», aunque sus apellidos se parezcan).

El problema es que nadie sabe nada de Diego Laínez. Ni siquiera David Porrinas, doctor en Historia Medieval por la Universidad de Extremadura, y autor de «El Cid. Historia y mito de un señor de la guerra». Preguntado por el rigor histórico de la serie, y por la figura del padre del Cid, Porrinas ha dicho que «Del padre no sabemos prácticamente nada, solo que era un caballero que Fernando I destacó en la frontera para luchar con los navarros y que conquista una serie de fortalezas».

Portada de "El Cid. Historia y mito de un señor de la guerra", de David Porrinas González.
El libro de David Porrinas sobre el Cid Campeador y los «Juegos de Tronos» de Castilla y León.

Teniendo en cuenta lo poquísimo que se sabe, ¿participó Diego Laínez en la batalla de Atapuerca? Probablemente. ¿Mató él mismo al rey rival de Fernando I? Puede que sí, puede que no. Vaya usted a saber. Convertir al padre del Cid en un «Matarreyes» es una hipótesis plausible, que no contradice los hechos históricos conocidos, pero que nace estrictamente de la imaginación de los guionistas (en eso sí se parece a los Lannister).

4 – El obispo adelantado a su tiempo

Lo que sí ha disgustado a David Porrinas es el personaje del obispo Bernardo, interpretado por Juan Echanove. Un obispo (muy) adelantado a su tiempo.

Fotograma de "El Cid" con Juan Echanove caracterizado como el obispo Bernardo.
Juan Echanove, viajando al pasado sin DeLorean.

En la serie, ese obispo representa al sector del clero que fue introduciendo el concepto de «Guerra Santa», oponiendo a cristianos y musulmanes en dos bloques monolíticos. Y en ese sentido, el personaje parece estar directamente inspirado en el histórico Bernardo de Seridac: abad de Sahagún y primer arzobispo de Toledo, cluniacense de origen francés o sajón, y totalmente opuesto a las relaciones y alianzas que existían entre los reyes cristianos de la península ibérica y sus equivalentes musulmanes.

La serie acierta al retratar esas alianzas, y acierta también al mostrar el recelo de los cluniacenses. Pero se salta la cronología: el Bernardo de la ficción cruza sus pasos con Rodrigo de Vivar hacia el año 1060, mientras que el auténtico Bernardo no aparece en la escena histórica leonesa hasta después del 1080. La serie de «El Cid» se adelanta 20 años a los hechos reales con ese personaje… y lo que es más importante, con sus ideas.

Porque en la vida real, en los años mozos del «Cid» no había nada parecido a una «Guerra Santa». Cristianos y musulmanes pactaban con naturalidad, al margen de sus religiones. Llegado el caso luchaban codo a codo, en un mismo ejército, contra otros cristianos y musulmanes. Sus alianzas y conflictos surgían de intereses económicos, estratégicos o dinásticos, que nada tenían que ver con cruzadas divinas. Y el más tarde conocido como «Cid Campeador» (apodo al que volveremos luego) no era en absoluto el Campeón de la Cristiandad que nos vendieron los historiadores franquistas, ni el que personificó Charlton Heston en la película «El Cid» (Anthony Mann,1961).

Póster de la película "El Cid" de Anthony Mann.
«El Cid» de Charlton Heston: mintiendo desde 1961.

5 – El villano a la moda del XVII

Juan Echanove habla de «Guerra Santa» unos 20 años antes de lo que corresponde, pero Carlos Bardem va todavía más lejos y se planta en la corte de León recién salido de una «barbershop». El hermano de Javier Bardem encarna en «El Cid» al conde Flaínez, que existió en la vida real y que, hasta donde se sabe, conspiró contra Fernando I más o menos como en la serie. Lo que seguro que no hizo fue lucir una perilla como la que lleva en pantalla, más propia de la moda del siglo XVII que de los reinos ibéricos del siglo XI.

Fotograma de "El Cid" con Carlos Bardem con perilla.
Carlos Bardem, un «hipster» en la corte del Rey Fernando.

En palabras de David Porrinas, la perilla de Carlos Bardem «chirría porque es un look del siglo XVII, no está documentada en la época de El Cid ni en lo que queda de Edad Media». Podrían haberse curado en salud poniéndole una barba más cerrada… pero puede que, entonces, su aspecto hubiese sido demasiado similar al de otros personajes. Y entramos aquí en un conflicto de intereses entre ficción y realidad: a los héroes y villanos hay que poder reconocerles a la primera, aunque para ello nos saltemos el realismo. Y un buen (y barbudo) ejemplo es el de «Braveheart».

La famosa película de Mel Gibson (sí, el mismo de «La pasión de Cristo») sobre el guerrero escocés William Wallace era un completo despropósito en términos históricos: pinturas azules que ya no se usaban, «kilts» que tardarían siglos en utilizarse, etcétera etcétera. Y entre tanta metedura de pata, hay un piloso detalle que emparenta «Braveheart» con «El Cid»: los rasurados faciales.

El auténtico Wallace era un gigantón escocés de pobladísima barba, como parece corresponder a un típico «highlander». Pero Gibson aparece en la película bien afeitado (a lo sumo con barba de tres días) como corresponde a la lógica de los productores de Hollywood: si tienes en pantalla a una superestrella que cobra 20 millones de dólares, quieres por encima de todo QUE LE SE VEA BIEN LA CARA. Primero, porque quieres recuperar tu inversión y necesitas que los fans de Mel Gibson sepan que está en tu película (y que paguen la entrada para verle). Y segundo, pero no menos importante, porque si saliera con barba sería uno más entre decenas de barbudos. Para la comprensión de la trama y el disfrute del film, es mejor poder distinguirle con sólo un vistazo.

Lo mismo vale para los villanos: si Carlos Bardem es el único que lleva perilla, el espectador podrá tenerlo «fichado» al primer golpe de vista. Ni es tan famoso como Mel Gibson, ni cobra lo mismo que él, ni el éxito de la serie depende de su presencia. Pero en última instancia, la «lógica capilar» sí es la misma: distínguelo del resto, y todo irá mejor.

6 – «Campeador» antes de tiempo

Uno de los grandes momentos de la serie es la batalla de Graus, librada en el año 1063. En ella se enfrentaron el rey de la taifa de Zaragoza, al-Muqtadir, contra Ramiro I de Aragón. Y en ella participó también, siendo todavía un infante, Sancho II de Castilla (hijo de Fernando I) en el bando de… al-Muqtadir. Como decíamos antes, las lealtades no eran entonces tanto por religiones como por doblones.

¿Y quién era el escudero de Sancho II? El casi imberbe Rodrigo Díaz de Vivar, con 15 años en aquel momento. Su edad no habría sido impedimento para que participara en la batalla de Graus, aunque no es seguro que lo hiciera. En la serie, no obstante, asumen que sí lo hizo. Seguimos en el terreno de las hipótesis plausibles, así que, hasta ahí, todo correcto.

El error viene después. Y es que, aprovechando que esa batalla se erige en «clímax» de la serie, sus guionistas la utilizan para dar un salto en el desarrollo del personaje (y en su camino hacia el «status» de héroe), haciendo que sea justamente en Graus donde Rodrigo Díaz se gana el apodo de «Campeador». Y eso sí que es incorrecto

…según cualquiera de las dos versiones que existen sobre el verdadero origen del apodo.

Algunos historiadores clásicos afirman que al Cid se le otorga el sobrenombre de «Campeador» por sus victorias en al menos dos «duelos de campeones» (uno contra un caballero pamplonés y otro contra un musulmán de Medinaceli). Y otros afirman que empezó a llamársele así a partir de la batalla de Cabra, librada en el año 1079. ¡16 años después de la batalla de Graus! Pero tanto en un caso como en el otro, de lo que no hay ninguna duda es de que el apodo no se lo ganó en Graus (aún asumiendo que sí hubiera luchado en esa batalla).

Y tampoco hay dudas sobre el origen de su otro apodo: «Cid», proveniente del árabe «Sidi», «Señor». Lo desarrolla con detalle Arturo Pérez-Reverte en su libro «Sidi. Un relato de frontera»: versión novelada de la vida de Cid… en la que también podríamos encontrar algunos errores históricos. Pero mejor no entremos ahi, pardiez, que seguro que Pérez-Reverte sí lograría evitar el castellano moderno, mientras nos ajusticia con estocadas dialécticas de académico de la lengua. ¡Voto a bríos!

Portada de "Sidi", la novela de Arturo Pérez-Reverte sobre El Cid.
La novela de Pérez-Reverte: un western de John Ford en las fronteras de los Reinos de Taifas (dicho por él mismo)

7, 8 y 9 – Ballestas, justas y estandartes

Hacemos en este punto un «3 en 1» para señalar tres aspectos en los que se comete un mismo error histórico: utilizar tres elementos clásicos del Medievo, muy reconocibles por los espectadores y que dan mucho «ambiente medieval»… pero que en realidad son posteriores al momento en que transcurre la acción.

Hay ballestas en «El Cid»… lo cual, en principio, no tiene por qué ser un error. Las primeras ballestas se inventaron en China hacia el siglo II (o incluso antes), y llegaron a Europa en el siglo XI: justo a tiempo para que el Cid tuviera una. Pero atención, porque en la serie aparece un tipo de ballesta muy especial: la llamada «ballesta de estribo», reconocible por el estribo que tenía en la parte delantera, donde podía meterse el pie para sujetar la punta de la ballesta contra el suelo, y así tensar la cuerda con más facilidad. Un avance sencillo pero trascendental, que mejoraba mucho la cadencia de tiro… y que no se inventó hasta el siglo XII. Así que, entre las tropas del Cid, nadie podía tener una ballesta de estribo (ilustración bajo estas líneas)

Ilustración de soldado cargando una ballesta de estribo, como las que aparecen en la serie "El Cid".

Otro tanto ocurre con las justas y estandartes. Las justas entre caballeros, entendidas como espectáculo público, no se habían implantado todavía en tiempos del Cid. Y no está documentado que las casas reales usaran ya entonces emblemas heráldicos; al menos, no hasta el siglo XII (igual que con las ballestas de estribo).

«El Cid», por tanto, se adelanta casi un siglo a la realidad, en esos aspectos. No es difícil imaginar por qué: como avanzábamos antes, los tres elementos señalados son tan característicos de la imaginería medieval, tan propios de cualquier relato sobre esa época (ya sea en cine o televisión) que no incluirlos sería casi contravenir las espectativas del público. En una ficción del medievo, ¡esperamos ver justas y estandartes! Y en ese sentido, hay que decir que en la ficción de «El Cid se cometen menos errores que en otras. Aunque esas otras sean superproducciones de Hollywood presuntamente «basadas en hechos reales».

¿Alguien se acuerda de la versión de «El Rey Arturo» del año 2004, con Clive Owen en el papel principal? La produjo Jerry Bruckheimer, la dirigió Antoine Fuqua, y presumía (incluso en el póster) de narrar «La verdadera historia que inspiro la leyenda». A semejante afirmación sólo puede responderse con palabras tan castizas como el propio Cid Campeador: ¡con dos coj…!

Póster de la película "El Rey Arturo" de Antoine Fuqua.
«El Rey Arturo»: la falsa historia que no inspiró nada.

Aún suponiendo que Arturo existiera realmente (que ya es mucho suponer), hay que señalar que su historia transcurre en el remoto siglo V… pero todos los jinetes de «El Rey Arturo» llevan estribos en sus sillas de montar, pese a que los estribos no llegaron a Europa occidental hasta 300 años después. Los protagonistas usan espadas largas de la Baja Edad Media… que no se forjaron hasta 600 años después de los tiempos de Arturo. Y varias de las catapultas que aparecen en las escenas de batalla son las llamadas trebuchet, potentes y efectivas por su sistema de contrapesos, ¡pero que se inventaron 700 años después del momento en que transcurre la película!

Catapultas de trebuchet.
Trebuchets, alta tecnología de la Baja Edad Media que el Rey Arturo jamás pudo haber visto.

Está claro que en «El Rey Arturo» aparecen trebuchets por lo bien quedan en pantalla, que usan espadas largas porque son más «molonas» que las típicas espadas cortas romanas que aún se usaban en el siglo V, y que los jinetes llevan estribos porque ningún director quiere que sus estrellas se caigan del caballo y se partan la crisma (también usó estribos Russell Crowe en «Gladiator», que transcurre 300 años antes que «El Rey Arturo», y nadie se llevó por ello las manos a la cabeza). Lo que no es de recibo es que, entre tanta licencia histórica, ¡se atrevan a decir que nos están contando «la verdadera historia» de Arturo! Y eso, sin entrar a valorar que la Reina Ginebra de este Arturo sea una Terminatrix a la moda picta.

¿Y qué tiene que ver todo ésto con «El Cid»? Que quizá no sería justo criticar sus ballestas y estandartes con 100 años de adelanto, cuando las superproducciones de Hollywood se adelantan 500, 600, 700 años a la realidad. Y si el Rey Arturo de las pantallas puede llevar una espada larga, a lo mejor nuestro Cid puede llevar la espada que quiera. ¿O no?

10 – Tizona, ¿dónde estás?

Llegamos al final de este artículo con el más controvertido de los «errores» de «El Cid»: la espada clásica del héroe no aparece por ninguna parte. ¿Dónde está la Tizona?

La «auténtica» está en el Museo de Burgos desde el año 2007, venerada por algunos como la mismísima espada que pasó por las manos del Cid, y reconocible, entre otras cosas, por su peculiar empuñadura. Pero la de la serie tiene una empuñadura muy distinta a la que podemos ver en Burgos… y mucho más parecida a otra espada no menos mítica: la «Joyosa» de Carlomagno, que está en Museo del Louvre.

¿Es un error, o una licencia? E incluso en el segundo caso, ¿por qué tomar como inspiración una espada francesa, y no la propia espada del Cid? La espada de la serie se vio por primera vez en los avances promocionales, y ya entonces hubo quien saltó a la yugular de sus realizadores, sin haber visto un sólo minuto de los capítulos terminados. ¡Afrenta a la memoria del Campeador! ¿Por qué la espada de «El Cid» no es como la del Cid?

Respuesta: porque la de Burgos es un «fake». Eso afirma David Porrinas, explicando que la que se expone en el museo de Burgos es en realidad una espada de finales del siglo XV / comienzos del XVI. Y aún los que dicen que el filo de la espada de Burgos es verdaderamente del siglo XI, reconocen que su empuñadura no lo es. Es, entre otras cosas, una empuñadura demasiado pequeña como para blandir la espada en combate: media mano quedaría fuera.

Partiendo de que el filo fuese auténtico, la empuñadura original habría sido sustituida en algún momento (¿para vender el oro y las joyas que pudieran decorarla?) por otra muy posterior. Por tanto, el Cid de la serie jamás habría podido tener una espada con la empuñadura que lleva la del Museo de Burgos. Y de hecho, su verdadera empuñadura se habría parecido mucho más… a la de la «Joyosa» de Carlomagno, que sí se corresponde al estilo del siglo XI.

El verdadero error histórico habría sido, pues, mostrar en «El Cid» una espada como la de Burgos. Y en consecuencia, los que de verdad han metido la pata con la espada no han sido los creadores de la serie, sino quienes piensan que las esencias del Campeador están representadas en la espada que se expone en el Museo de Burgos.

¿Es, pues, «El Cid», una obra intachable en términos históricos? Desde luego que no. Pero no comete más errores, o hasta comete muchos menos, que «La pasión de Cristo», «El Cid» de Charlton Heston, «Braveheart» o «El Rey Arturo». Y el más criticado de los 10 supuestos errores, ni siquiera es un error. Así que disfrutemos de la serie… y no seamos tan duros en este «repaso» a «El Cid: 10 errores y mentiras de la serie del momento«.

Author

Dr. Rumack

Volando de cine en cine desde 1975, aterrizo en "Sesión Doble" con un doble objetivo: hablar de cine, y hablar de televisión. Disfruta con nosotros, opina lo que quieras y critica lo que te parezca: todo es bienvenido. Pero por favor: no me llames Shirley.

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