Hedy Lamarr fue actriz, inventora, espía internacional, agente anti-nazi y estrella del erotismo. Una vida como la suya da para varias películas ¡o para toda una serie! Y eso es lo que está haciendo Apple TV+ en estos momentos: preparar una miniserie con la «Wonder Woman» Gal Gadot como protagonista, sobre la vida de Hedy Lamarr. Fue una superdotada de la ingeniería a la que se atribuye la invención del wi-fi. Pero fue, también, la primera actriz que se desnudó en la pantalla y que fingió un orgasmo ante las cámaras. El mayor misterio de su vida es, quizá, ¿por qué no es más famosa? Y en «Sesión Doble» tenemos la respuesta: descubre la increíble historia de Hedy Lamarr.

Hedy Lamarr: la actriz más bella de Hollywood

Hedy Lamarr, la inventora más bella del mundo.
Hedy Lamarr: la inventora más bella del mundo

Son muchas las actrices a las que se ha dado ese título, pero pocas lo merecen tanto como Hedy Lamarr. Era una belleza de ojos verdes, pelo negro y 1’70 de estatura, de personalidad tan singular que en Hollywood no supieron qué hacer con ella. Rodó sólo 35 películas, se retiró con 42 años, y resumió su opinión sobre el mundo del cine con la siguiente frase: «Cualquier chica puede ser glamurosa, sólo tienes que estarte quieta y parecer estúpida». Y Hedy Lamarr era cualquiera cosa, menos estúpida. Sí lo eran, quizá, sus películas, que nunca estuvieron a la altura de su persona.

Su mayor éxito fue «Sansón y Dalila», con el forzudo Victor Mature en el papel de Sansón, y Hedy Lamarr como la pérfida Dalila. Y ese fue siempre el tipo de papeles que le dieron en Hollywood: con su turbadora belleza y su porte de aristócrata europea, está claro que esta intérprete nacida en Viena no daba el tipo como ama de casa de Wisconsin. Y tampoco ayudaba que el primer gran éxito de su carrera, «Éxtasis», fuese una película condenada por el Vaticano y prohibida en los Estados Unidos. En ella es donde Hedy Lamarr se desnudó y fingió un orgasmo, siendo la primera actriz de la historia en hacer ambas cosas, delante de una cámara.

Otra prueba de su belleza es que Hedy Lamarr sirvió de inspiración para el diseño de dos personajes femeninos verdaderamente icónicos: la «Blancanieves» de Walt Disney y la «Catwoman» de los cómics. En ambos casos, los dibujantes se inspiraron en el rostro, el peinado y la figura de Lamarr para el aspecto de los personajes. Y sólo por eso, la actriz austríaca tendría ya garantizado un sólido puesto en el Olimpo de la cultura popular. Pero además están… sus muchos inventos.

Lamarr de inventos

¿Qué hacían la mayor parte de las estrellas de Hollywood en sus ratos libres? En general, acudir a fiestas y estrenos con sus mejores galas, cultivar su imagen pública, reforzar sus contactos con productores de cine y medios de comunicación… y entre tanto, pasárselo lo mejor posible.

Pero Hedy Lamarr no era como las otras estrellas. El glamur lo dejaba para las películas, y cuando no estaba rodando, lo que de verdad le gustaba era encerrarse en el taller que había instalado en su hollywoodiense mansión, y ponerse a inventar. Inventó, por ejemplo, una ingeniosa pastilla de Coca-Cola que podía diluirse en agua para obtener al instante un vaso de esa famosa bebida. Y quería equipar al ejército estadounidense con esas pastillas, para que los soldados pudieran beber el refresco en cualquier momento y lugar sin cargar con pesadas botellas o latas.

Hedy Lamarr inventando.
Hedy Lamarr, inventando.

También inventó un collar fluorescente para perros, adelantándose en 70 años a los collares luminosos que hoy llevan muchas mascotas. Desarrolló tecnologías alternativas para la sincronización de semáforos de tráfico, trabajó en el diseño de sofisticados escudos antiáereos y nuevas alas de aviones más aerodinámicas (en colaboración con el magnate de la aviación, productor de cine y amante de Hedy, Howard Hughes), e investigó nuevas técnicas para estiramientos de piel y otras prácticas de la cirugía plástica, que décadas más tarde serían muy comunes.

Y sí: también contribuyó a la invención del wi-fi. Para ser exactos, ideó los principios básicos sin los que el wi-fi nunca habría sido posible, como veremos luego. Y por todo ello, el 9 de noviembre, día del cumpleaños de Hedy Lamarr, se celebra precisamente el Día Internacional de los Inventores. Por desgracia, el invento propio que más la marcó fue el de los estiramientos de piel, porque la pobre Hedy acabó siendo una adicta a la cirugía, con el rostro tan estirado que en sus últimos años parecía ya una caricatura de sí misma y era imposible reconocerla. Y eso, también lo veremos luego.

Hedy Lamarr con 6 años de edad.
Hedy Lamarr, niña prodigio.

La niña superdotada que decidió ser actriz

Hedy Lamarr nació en Viena el 9 de noviembre de 1914, con el nombre de Hedwig Eva María Kiesler. Su padre era un rico banquero de origen ucraniano, y su madre era una prestigiosa pianista nacida en Budapest. Y aunque ambos eran de familias judías, educaron en el catolicismo a su única hija: la pequeña Hedy.

La niña dio muestras muy pronto de una aguda inteligencia: con 5 años de edad, su entretenimiento favorito era desmontar y remontar sus cajas de música. Aquellos engranajes no tenían secretos para ella, y sus padres comprendieron muy pronto que Hedy era superdotada. Para las ciencias… y para las letras, porque no tardó en hablar perfectamente 4 idiomas: alemán, inglés, húngaro e italiano.

Pero también era enormemente bella. Cultivó su anatomía con ballet y danza clásica desde muy niña. Y al llegar a la adolescencia, sin que sus padres lograran hacer nada por impedirlo, decidió aprovechar su belleza para buscar oportunidades como actriz. No tardó en encontrarlas.

Hedy Lamarr en su juventud.
La joven Hedy, esperando una oportunidad.

Con 16 años de edad, usando todavía el nombre de Hedy Kiesler, la chica entró en el mundo del cine y rodó en Austria cinco 5 películas casi seguidas. En las cuatro primeras tuvo papeles minúsculos, y fue la quinta la que la hizo famosa: la ya mencionada «Éxtasis». Dada la naturaleza del film, los productores buscaba una actriz mayor de edad, pero ella mintió en el «casting» y dijo que tenía 18. Y el escándalo fue casi inmediato.

El escándalo de «Éxtasis»

El escándalo se resumía en dos escenas: Hedy corriendo desnuda por el bosque, tras bañarse en un río y perder su ropa, y ella misma acostándose con el galán y mostrando en su rostro, en primer plano, todo el «Éxtasis» del título. Visto hoy en día, el erotismo del film es casi «naif»: el desnudo de la actriz en el bosque es tan lejano que vemos más piel en cualquier «spot» televisivo emitido en horario infantil, y su orgásmico rostro en primer plano tampoco es para rasgarse las vestiduras. Lo vemos:

El primer plano orgásmico de Hedy Lamarr en "Éxtasis".
Hedy Lamarr en «Éxtasis»: el rostro del escándalo.

Muchos años después, la propia actriz contó que durante el famoso plano del orgasmo le estaban clavando alfileres en el culo para conseguir así los punzantes momentos de tensión en su rostro. Pero por poco excitante que fuese el rodaje, el estreno fue un auténtico terremoto. El Papa Pío XII condenó la película por inmoral e indecente, el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos prohibió su importación y exhibición en suelo americano… y el buen nombre de la familia Kiesler quedó manchado por el escándalo.

Pero «Éxtasis» también tuvo sus fans. El austríaco Fritz Mandl, multimillonario fabricante de armas y 14 años mayor que la actriz, quedó prendado de la joven al verla en la pantalla, y acabó pidiéndola en matrimonio a los padres de Hedy. Ellos accedieron, pensando que el firme carácter del empresario metería en vereda a la díscola joven, alejándola del pecaminoso mundo de la farándula… y limpiando, de paso, el apellido familiar. Y así, el 10 de agosto de 1933, con 19 años de edad, Hedy se casó con Fritz.

Y pronto descubrió el verdadero carácter de su esposo.

Boda de Hedy Lamarr y Fritz Mandl
Hedy Lamarr y Fritz Mandl, en el centro, el día de su boda.

Un matrimonio de pesadilla

Fritz Mandl tenía mansiones, fincas, coches, caballos y una esposa. Joven, bella, famosa y deseada. Tan útil para presumir como el resto de sus propiedades, o incluso más. Así la trataba, como el objeto más preciado de sus estanterías, encerrada en una jaula de oro y siempre rodeada de guardaespaldas, cuya función no era tanto protegerla como mantenerla vigilada. Y la chica sólo salía de su mansión para acudir a bailes, fiestas y eventos, como acompañante de su esposo. Mandl era un celoso patológico y un maltratador, e intentó comprar todas las copias de «Éxtasis», para destruirlas. Para que nadie pudiera ver desnuda a su esposa, excepto él.

Fritz Mandl, primer esposo de Hedy Lamarr.
Fritz Mandl, Ario de Honor.

Pero es que además, a mediados de los años 30, Fritz Mandl vendía armas a los nazis, a pesar de que el Tratado de Versalles prohibía el rearme de Alemania tras haber sido derrotada en la Primera Guerra Mundial… y pese a que por las venas de Mandl corría sangre judía. Los nazis lo sabían, pero era un hombre tan útil para sus fines que aún así le nombraron «Ario de Honor». Y sin esconderse demasiado, los jerarcas del nacionalsocialismo cerraban sus compras en las fiestas de Mandl, pensando que allí no había testigos incómodos de lo que hacían.

No contaban con Hedy. Creyendo quizá que la esposa de Mandl no era más que un bello jarrón, no tuvieron en cuenta que la superdotada ingeniera vocacional se daba cuenta de todo lo que ocurría. Sabía qué armas estaban comprando y para qué servían, y comprendió lo que tramaban los nazis. Fue, a efectos prácticos, una espía anti-nazi. Y quién sabe cuántos datos había guardado en su privilegiado cerebro, cuando planeó su fuga.

Una fuga de película

La joven Hedy Kiesler se fugó en 1937, y aunque hay distintas versiones sobre lo que realmente sucedió, todas son igual de «peliculeras». Según algunos, cenando en un restaurante, fue al baño y aprovechó esos breves instantes en que sus guardaspaldas no podían verla para escapar por el ventanuco del retrete y subir a un coche que la estaba esperando. Pero según contó la propia Hedy en su autobiografía, se disfrazó con la ropa de una de sus criadas, con la que guardaba un gran parecido físico (y a la que había contratado semanas antes, precisamente por eso) y se fue de su casa caminando, despacio para no levantar sospechas, hasta la estación de tren.

En lo que ambas versiones coinciden es en que Hedy llevaba sus joyas escondidas entre las costuras de su ropa. Había descosido y vuelto a coser los forros de sus abrigos, para ocultar en su interior sus más valiosos collares, anillos y pulseras. Y con esas joyas pudo ir pagando su frenética huida, mientras sus antiguos guardaespaldas le pisaban los talones. Pero no fueron lo bastante rápidos: la joven llegó a París, de allí voló a Londres y en la capital británica pudo subir a bordo del transatlántico Normandie, rumbo a los Estados Unidos.

Y a bordo, un fortuito encuentro cambió su vida para siempre.

El Normandie, donde Hedy Lamarr encontró su billete a Hollywood

Billete a Hollywood en el «Normandie»

En ese mismo barco también viajaba el cofundador de la Metro Goldwyn Mayer, Louis B. Mayer: uno de los hombres más poderosos de Hollywood. Sería la suerte, la casualidad o el destino (¿o que la inteligente Hedy había revisado la lista de pasajeros?), pero lo cierto es que el productor y la actriz compartieron travesía… y ella no dejó pasar la oportunidad. Se le presentó y se ofreció a trabajar con él, como la estrella de «Éxtasis» que todavía era. Y Louis B. Mayer aceptó, con una condición.

La fama de «Éxtasis» era un arma de doble filo, que podía atraer espectadores hacia nuevas películas de su protagonista, pero que también podía poner a las Ligas de la Decencia en contra del productor. Así que Louis B. Mayer quiso a la estrella de ese polémico film, y a la vez le pidió que se cambiara el nombre para que los espectadores no la asociaran con aquel escándalo. Así fue como Hedy Kiesler, recordando a la estrella del cine mudo Barbara La Marr, renunció a su austríaco apellido y se convirtió en Hedy Lamarr.

Póster de "Argel", el debut en Hollywood de Hedy Lamarr.
«Argel», el debut en Hollywood de Hedy Lamarr.

Y en abril de 1938, un año después de su fuga y cinco años después de «Éxtasis», la rebautizada Hedy Lamarr rodaba «Argel»: su primera película en Hollywood. Fue un éxito considerable, tras el que Hedy pudo trabajar a las órdenes de grandes directores (King Vidor, Jacques Tourneur, Cecil B. De Mille)… en películas, por desgracia, no tan grandes. Funcionaban bien en taquilla, en buena medida por el magnetismo de la actriz, pero el paso del tiempo no les ha sentado muy bien. Y las películas que realmente habrían sido memorables, Hedy Lamarr… las rechazó. El buen ojo que tenía para sus inventos, no lo tuvo para sus films.

La actriz que rechazó «Casablanca»

Se barajó su nombre para protagonizar «Casablanca», pero su argumento (y hasta su título) recordaba demasiado al de «Argel», y Hedy Lamarr no mostró interés. En su descargo hay que decir que «Casablanca» nació como una humilde serie B, que se rodó a trompicones y que todo el mundo pensaba que sería un fracaso, así que la renuncia de Hedy tenía todo el sentido. El personaje que le habían ofrecido acabó interpretándolo Ingrid Bergman, y la película fue un taquillazo y una obra maestra, ¡para sorpresa de todos! Pero esa no fue la única decisión equivocada de Hedy Lamarr.

También le ofrecieron «Luz que agoniza», una historia de suspense con el mismo actor que protagonizó «Argel»: el francés Charles Boyer. Una vez más, Hedy Lamarr dijo que no. Y una vez más, Ingrid Bergman la sustituyó, y la película fue un gran éxito de taquilla. Y antes incluso de esas dos desafortunadas renuncias, Hedy optó a protagonizar «Lo que el viento se llevó». Aunque esta vez no fue ella quien renunció al papel, sino que todas las aspirantes al rol de Escarlata O’Hara fueron barridas por Vivien Leigh.

En cualquier caso, esos tres films le habrían dado a Hedy Lamarr una carrera en Hollywood muy distinta de la que tuvo. Y quizá por no haber participado en títulos tan memorables, la propia Hedy fue perdiendo interés en el mundo del cine… y fue volviendo a su otra pasión: la ingeniería. Sobre todo, desde que estalló la Segunda Guerra Mundial, y los nazis a los que tan bien conocía empezaron a conquistar Europa.

«¿Qué puedo hacer contra los nazis?»

Eso debió de pensar la actriz, cuando se ofreció a las autoridades estadounidenses para contribuir al esfuerzo de guerra con sus conocimientos sobre la ingeniería y armamento de que disponían los nazis. Era su oportunidad para vengarse de ellos, aprovechando lo que había visto y oído en sus cuatro años de matrimonio con Fritz Mandl. Y cabe suponer que le prestaron la debida atención, porque Hedy Lamarr se convirtió en uno de los principales activos de Hollywood en la lucha contra el nazismo. Pero no como ingeniera, sino como vendedora.

Hedy Lamarr vendiendo bonos de guerra.
Hedy Lamarr vendiendo bonos de guerra.

El Departamento de Estado le pidió que dejase la ingeniería para sus ingenieros, y que aprovechara su fama y su belleza para vender bonos de guerra con los que recaudar fondos para el esfuerzo bélico. No sin cierta decepción, ella aceptó la propuesta… y lo hizo mejor que nadie. Con ayuda de su agente, ideó una campaña por la que cualquiera que adquiriese 25.000 dólares en bonos recibiría un beso de la actriz. Y la respuesta fue abrumadora: en un sólo día, Hedy Lamarr vendió bonos por valor de 7 millones de dólares.

Pero vender bonos y dar besos no era bastante para ella. Una vez más, los hombres de su entorno infravaloraban sus capacidades, y la inventora que llevaba dentro quiso hacer algo al respecto. Y fue en ese momento cuando Hedy Lamarr inventó las bases del wi-fi.

El wi-fi de Hedy Lamarr

Lo que realmente buscaba Hedy Lamarr era un sistema de guiado para torpedos. Los sistemas de la época eran muy vulnerables, porque se basaban en una única señal de radio que era fácil de interceptar por el enemigo. Pero Hedy ideó el llamado «Salto de frecuencia», utilizando no una sino muchas frecuencias distintas, con emisor y receptor saltando de frecuencia de forma sincronizada. De ese modo la señal no podía interceptarse, ¡y los torpedos siempre llegaban a su destino!

Los transmisores y receptores los podía hacer con los ojos cerrados. Lo difícil, para Hedy, era la sincronización de frecuencias. Y para ello pidió ayuda, curiosamente, no a otro ingeniero sino a un músico: George Antheil. En los años 20, inspirado en movimientos de vanguardia como el maquinismo y el futurismo, Antheil se había hecho famoso creando el llamado «Ballet Mecánique», cuya «orquesta» contaba con instrumentos tan peculiares como siete campanas eléctricas, tres hélices de avión y una sirena. Pero, también contaba con 16 pianolas eléctricas sincronizadas. Y esa sincronía era justamente lo que buscaba Hedy Lamarr.

George Antheil y su «hélice musical».

Los intelectuales de vanguardia aplaudieron las creaciones de Antheil, pero el público las odió con tal violencia que en los teatros arrancaban las butacas para lanzarlas al escenario. El músico captó la sutil indirecta y aparcó esos trabajos. Pero 20 años más tarde, coincidió con Hedy Lamarr en una cena en Hollywood, simpatizaron al instante, y la experiencia y formación del músico resultaron ser precisamente lo que Hedy necesitaba para su sistema de guiado.

Y aquí es donde la poesía se mezcla con la guerra: el salto de frecuencia sincronizado que diseñaron Hedy Lamarr y George Antheil, para el guiado de torpedos, saltaba entre 88 frecuencias distintas: no por casualidad, el número de teclas que tiene un piano. El singular currículum de Lamarr y Antheil, tan ingenieros como artistas, se plasmaba en ese número evocador.

Pero a la larga, lo más relevante de su invento es que el salto de frecuencia está en la base del wi-fi y de todos los actuales sistemas de telecomunicaciones. Los teléfonos móviles, los satélites civiles y militares, cualquier arma o sistema teledirigido, aprovecha la idea de las frecuencias múltiples que tuvieron Lamarr y Antheil para que la señal no fuera interceptada. Y por los royalties de su invento, se calcula que la actriz debería haber ganado unos 30.000 millones de dólares. Pero la verdad es que no vio un céntimo.

La inventora a la que nadie aplaudió

Hedy Lamarr y George Antheil solicitaron la patente el 10 de junio de 1941, antes del ataque japonés a Pearl Harbor, y fue aceptada y registrada el 11 de agosto de 1942, cuando los Estados Unidos ya estaban en guerra con Japón y Alemania. Pero los ingenieros del ejército estadounidense no quisieron desarrollar el invento: en aquel momento, la emisión y recepción de las señales precisaba de componentes electromecánicos y válvulas de vacío demasiado frágiles para ser insertadas en el interior de un torpedo. Y guardaron los diagramas de Lamarr y Antheil en un cajón, durante más de 15 años. Pero atención: ese 15 no parece una cifra casual.

Quince eran los años que una patente mantenía su vigencia en Estados Unidos, antes de que hubiera que renovarla. Si no se hacía en ese tiempo, su contenido pasaba a ser de dominio público. Y eso, Lamarr y Antheil no lo sabían… pero los ingenieros del ejército sí. Y casualmente, 17 años después de su presentación, los diagramas de la patente fueron desempolvados y el invento fue llevado a la práctica. Bien es verdad que con componentes mucho más pequeños, resistentes y fiables que en los años 40.

Y así, el salto de frecuencias que ideó Hedy Lamarr para el guiado de proyectiles tuvo su primera aplicación práctica en algunas de las armas empleadas en la Crisis de los Misiles de Cuba, en octubre de 1962. El mundo entero contuvo entonces la respiración, a las puertas de lo que podría haberse convertido en la Tercera Guerra Mundial. Pero no se supo entonces el peso específico que había tenido, en aquel conflicto, el viejo invento de una estrella de Hollywood. Y el mundo entero siguió sin saberlo… durante casi 30 años.

30 años de olvido, y un rostro para olvidar

Pese a taquillazos como el de «Sansón y Dalila», la carrera de Hedy Lamarr fue languideciendo. Encasillada en personajes de «mujer fatal», los papeles buenos se los daban a otras, así que Hedy montó su propia productora, para producir ella misma los films que quería protagonizar. Por desgracia, varias fracasos de taquilla consecutivos dieron al traste con su plan, y la actriz vio cómo se descarrilaba su carrera… y su fortuna. Entre otras cosas, porque no pudo ver un sólo dólar por su invento más importante.

Su vida personal también fue turbulenta: legalmente divorciada de Fritz Mandl, se casó y se divorció 5 veces más. Su quinto esposo fue, por cierto, el millonario William Howard Lee, que al divorciarse de Hedy Lamarr se casó con Gene Tierney: otra estrella cuya apasionante vida mereció un reportaje en nuestra sección de «Misterios», porque estando embarazada contrajo un peligroso virus por culpa de una fan que se saltó un confinamiento obligatorio. Y a consecuencia de ello la hija de Tierney nació con una gravísima lesión cerebral.

Pero centrémonos en Hedy Lamarr para señalar que quizá lo más dramático, al menos para quienes quedaron prendados de su belleza, fue la progresiva transformación de su rostro. Tratando de aferrarse a su juventud, Hedy se sometió a incontables operaciones de cirugía plástica (que había sido, recordemos, uno de sus campos de investigación). El resultado no fue el esperado.

Transformada en la sombra de lo que fue y con su fortuna más que menguada, Hedy vivía retirada en Florida, como tantos y tantos jubilados de los Estados Unidos. Vivía sola, puntualmente visitada por los tres hijos que tuvo (uno con su segundo esposo, dos con el tercero) y alejada casi por completo de la actividad pública. Y murió por causas naturales, el 19 de enero del año 2000, con 85 años de edad.

Pero no murió en el olvido. Ni como actriz… ni como inventora.

Porque 10 años antes, en mayo de 1990, la conocida revista «Forbes» publicó un artículo de investigación sobre el pasado de Hedy Lamarr como inventora, y sobre su fundamental contribución al desarrollo del wi-fi. El reconocimiento llegó tarde, pero llegó. Y desde entonces, se multiplicaron los homenajes, los reconocimientos, las alabanzas a una actriz que fue mucho más que una actriz.

Hedy Lamarr en "Forbes".
Hedy Lamarr en «Forbes», mayo de 1990.

Que el Día Internacional de los Inventores coincida con su cumpleaños es, quizá, el reconocimiento definitivo. Aún así, los años de olvido y «ninguneo» son los responsables de que, hoy en día, Hedy Lamarr no sea más famosa de lo que merece. Así es que, aunque no recordemos a Dalila ni entremos en «Éxtasis» al ver sus films, no estaría de más acordarse de Hedy cuando buscamos una red a la que conectar nuestro móvil. Al menos, de vez en cuando…

Author

Dr. Rumack

Volando de cine en cine desde 1975, aterrizo en "Sesión Doble" con un doble objetivo: hablar de cine, y hablar de televisión. Disfruta con nosotros, opina lo que quieras y critica lo que te parezca: todo es bienvenido. Pero por favor: no me llames Shirley.

Escribir Comentario